Una breve y sencilla ceremonia sirvió para reconocer la labor tras la cámara de este director natural de Lyon. Edurne Ormazabal, conductora de la ceremonia, abrió el acto con unas palabras de reconocimiento para el autor de largometrajes como “La carnaza”, tras las cuales su obra tomó las riendas, cobrando vida y llenando la pantalla del teatro con escenas de sus películas, momentos de rodajes y fotografías que evocaron el universo Tavernier.
El momento había llegado y la presidente de la Academia de Cine, Ángeles Gonzalez-Sinde subió al escenario para reconocer la importancia del premio y la valía del galardonado. Fue entonces cuando Bertrand Tavernier entró en escena, tranquilo y sonriente, para recoger el Premio Luís Buñuel que se lo dedicó a José María Escriche, autentico impulsor de este festival desde sus orígenes, y, haciendo un guiño al público, a Luís Buñuel sin el cual “no podría tener este premio”. En su discurso también hubo espacio para la reivindicación, mostrando su apoyo a festivales como el de Huesca que deben convertirse en centros donde las “armas de construcción masivas”, como así considera las películas, sirvan para eliminar dictaduras de nuestros tiempos como los fundamentalismos o la ignorancia, especialmente relevante para él.
Tras estas palabras, Bertrand dejó el escenario arropado por los aplausos de todos los allí presentes para acto seguido poder rendirle homenaje de la mejor manera posible con la proyección de una de sus obras, “La pequeña Lola”; un largometraje que hace una radiografía del complejo proceso que supone las adopciones internacionales. Una película que fue reconocida con el premio del público en el festival de San Sebastián, y que supone un cambio de registro dentro de su filmografía.